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Camino a emaus

Emaus
La historia bíblica del camino a Emaús es la primera vez en que Jesús hace una aparición a sus discípulos días después de haber sido crucificado. En la historia podemos ver que dos de los discípulos caminaban hacia una villa llamada Emaús platicando y discutiendo sobre todo lo que acababa de suceder en Jerusalén apenas uno días antes. En el camino se les acercó un tercer hombre que comenzó a caminar y platicar con ellos, sin revelar su identidad. Fue así que comenzaron a platicar sobre lo que le había sucedido a un hombre llamado Jesús, el hijo de Dios, y de sobre cómo era posible que aun siguiera con vida puesto que la tumba en donde había sido enterrado estaba vacía. Al llegar a Emaús el tercer hombre iba a continuar su camino pero los hombres le pidieron que se quedara con ellos puesto que ya era tarde. A la hora de la cena el tercer hombre tomó el pan le bendijo y lo partió y fue en aquel instante que los ojos de los hombres pudieron ver que Jesús mismo estaba delante de ellos. Inmediatamente después, Jesús se desvanece de su presencia y los dos hombres se quedan atónitos por lo que habían visto y lo que habían escuchado de aquel hombre. Al regresar a Jerusalén estos hombres empezaron a decir por todas partes y aun a los discípulos que Jesús el Señor ha resucitado.

Lucas 24:13-35

13 Y he aquí que aquel mismo día dos de ellos iban a una aldea llamada Emaús, que estaba como a once kilómetros de Jerusalén. 14 Y conversaban entre sí acerca de todas estas cosas que habían acontecido. 15 Y sucedió que mientras conversaban y discutían, Jesús mismo se acercó y caminaba con ellos. 16 Pero sus ojos estaban velados para que no le reconocieran. 17 Y El les dijo: ¿Qué discusiones son estas que tenéis entre vosotros mientras vais andando? Y ellos se detuvieron, con semblante triste. 18 Respondiendo uno de ellos, llamado Cleofas, le dijo: ¿Eres tú el único visitante en Jerusalén que no sabe las cosas que en ella han acontecido en estos días? 19 Entonces El les dijo: ¿Qué cosas? Y ellos le dijeron: Las referentes a Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obra y en palabra delante de Dios y de todo el pueblo; 20 y cómo los principales sacerdotes y nuestros gobernantes le entregaron a sentencia de muerte y le crucificaron. 21 Pero nosotros esperábamos que El era el que iba a redimir a Israel. Pero además de todo esto, este es el tercer día desde que estas cosas acontecieron. 22 Y también algunas mujeres de entre nosotros nos asombraron; pues cuando fueron de madrugada al sepulcro, 23 y al no hallar su cuerpo, vinieron diciendo que también habían visto una aparición de ángeles que decían que El vivía. 24 Algunos de los que estaban con nosotros fueron al sepulcro, y lo hallaron tal como también las mujeres habían dicho; pero a El no le vieron. 25 Entonces Jesús les dijo: ¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han dicho! 26 ¿No era necesario que el Cristo padeciera todas estas cosas y entrara en su gloria? 27 Y comenzando por Moisés y continuando con todos los profetas, les explicó lo referente a El en todas las Escrituras. 28 Se acercaron a la aldea adonde iban, y El hizo como que iba más lejos. 29 Y ellos le instaron, diciendo: Quédate con nosotros, porque está atardeciendo, y el día ya ha declinado. Y entró a quedarse con ellos. 30 Y sucedió que al sentarse a la mesa con ellos, tomó pan, y lo bendijo; y partiéndolo, les dio. 31 Entonces les fueron abiertos los ojos y le reconocieron; pero El desapareció de la presencia de ellos. 32 Y se dijeron el uno al otro: ¿No ardía nuestro corazón dentro de nosotros mientras nos hablaba en el camino, cuando nos abría las Escrituras? 33 Y levantándose en esa misma hora, regresaron a Jerusalén, y hallaron reunidos a los once y a los que estaban con ellos, 34 que decían: Es verdad que el Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón. 35 Y ellos contaban sus experiencias en el camino, y cómo le habían reconocido en el partir del pan.

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¿Qué es el camino a emaus?

Aunque no hay certeza de la ubicación del Emaús evangélico, la tradición cristiana ha identificado Emaús-Nicópolis como el lugar en el que Cleofás y su amigo reconocieron a Jesús resucitado. Hoy en día se pueden visitar las ruinas de una basílica bizantina.

Desde Saxum Visitor Center (a las afueras de Abu Ghosh) hasta Emaús hay una distancia de 20 kilómetros que pueden recorrerse por diversos senderos. Parte de la ruta actual era ya hace dos mil años una calzada romana que comunicaba Jerusalén con el puerto de Jaffa. A lo largo del camino se encuentran yacimientos arqueológicos de interés.

La ruta se puede completar a pie en unas cinco o seis horas. Para planificar el regreso, conviene tener en cuenta que no es un recorrido circular, sino que termina en Park Ayalon-Canada. Un buen plan sería, por ejemplo, dejar un coche antes en ese parque y usarlo al final de la ruta para llegar a Emaús-Nicópolis (una distancia corta pero sin una vía apta para excursionistas). También hay varios autobuses que paran cerca de Emaús-Nicópolis que van tanto a Jerusalén como a Abu Ghosh.

Se trata de un camino de dificultad media. Se recomienda llevar calzado adecuado, pues el camino es pedregoso, y evitar las horas más calurosas del día, así como llevar suficiente agua, puesto que no hay fuentes a lo largo del camino.

Significado del camino a Emaús

Había muchos otros caminos que partían también de Jerusalén y, en la tarde de aquel día, muchos caminantes por todos los caminos. Entonces, ¿por qué Jesús se acercó precisamente a aquellos dos? Ocurrió porque Jesús tuvo compasión de ellos. La compasión de Jesús -nuestra única esperanza. Los dos estaban tan decepcionados, tan tristes, tan desesperados, porque sentían fracasada su vida. Y justamente por eso el Señor quiso acercarse a ellos.

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Tal vez nos reconocemos a nosotros mismos en estos dos hombres, que caminan en la soledad, que se afligen por sus ilusiones perdidas. Y como Cleofás y su compañero, muchas veces nosotros tampoco reconocemos a Él que marcha a nuestro lado, que está tan cerca de nosotros en el momento mismo en que lamentamos su ausencia.

Pero hay una diferencia: ellos están tristes porque lo creen muerto. Nosotros estamos tristes a pesar de que lo creemos vivo. Y además conocemos su promesa hermosa: “Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mateo 28, 20). Los discípulos de Emaús tuvieron que cambiar su actitud para reconocer al fin al Señor. Afortunadamente, se dejaron transformar por Él durante el retiro que les predicó mientras andaban por el camino.

Pero no creamos que Dios los favoreció más que a nosotros: ellos no lo reconocieron más que por la fe: tuvieron que hacer un acto de fe como nosotros.

Lo reconocieron en los dos signos de los que también nosotros disponemos: la palabra viva y la fracción del pan.

Así los discípulos aprendieron a reconocer a Cristo en la Eucaristía. Es la misma experiencia que podemos cuando nos juntamos fraternalmente y celebramos la Misa, hacemos presente a Cristo entre nosotros, en la Palabra y en la fracción del pan. Los discípulos de Emaús nos enseñan no solamente a reconocer a Cristo en su palabra. Nos indican a verlo también en la fracción del pan, la que se realiza cada día en la Eucaristía. Los dos encontraron a Cristo en aquel gesto de entrega. Lo reconocieron en aquel gran amor, con el que sólo Dios puede amar, y que consiste en dar la vida por los suyos.

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Y nosotros, ¿hemos reconocido alguna vez al mismo Jesús en la palabra del Evangelio y en la fracción del pan? ¿Hemos llegado a celebrar alguna vez la misa con una hondura tan grande, con una fraternidad tan viva? ¿Nuestra fe fue tan intensa que nos dimos cuenta de que sólo Dios podía amarnos y unirnos de esa manera tan profunda?

Apreciado lector, la mayor avenida del mundo es el camino de Emaús: todas las moradas de los hombres se abren hacia ella. Pasa por delante de nuestra puerta, y cada día es posible el encuentro. Sólo depende de nuestro anhelo, disponibilidad e invitación. Y entonces viene Él, sin ruido, compañero invisible, que viajará a nuestro lado hasta el fin del mundo. Jesucristo se nos ofrece como el gran compañero de nuestra vida. Lo podemos encontrar: En el Sagrario: en la presencia real y permanente. En los brazos de María: en la unidad profunda entre Madre e hijo. Aprovechemos nuestra visita al Templo para estar un rato con Él, el Resucitado, compañero de camino, el gran amigo de toda la vida.

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